sábado, 3 de noviembre de 2007

LAS PIÑAS DEL VICARIO

Me refirió el domingo una devota, lo desanimada que estaba por la perdida no solo de valores morales, sino espirituales y religiosos, cuando antes ir a la iglesia era un verdadero acto de fe, donde el recato en los gestos y vestimentas caracterizaban a los feligreses y en la que los ritos sagrados eran desplegados por un sacerdote consecuente con estos principios.
La piadosa mujer realmente desconcertada veía con preocupación como el párroco, a quien ficticiamente llamaremos el Padre Ananás, nada hacía por disuadir a las jóvenes a ataviarse con ropas propias para la ocasión, sino por el contrario, las justificaba y parecía gustoso con verlas en misa mostrando el ombligo atravesado por un piercing, con falditas cortas y blusitas muy sugestivas, o con pantaloncitos tan forrados que aparentaban estar untados en vez de puestos. Moda que me reservo de criticar, pero que ciertamente no es la más pertinente en una iglesia.
En cualquier caso, me relataba la fervorosa mujer que la parroquia estaba descontenta con la actitud del Padre Ananás, su “guía espiritual”, que por su permisividad, o por sus omisiones un tanto destempladas, mas bien parecía agradado con que las chicas asistiesen poco recatadas a la eucaristía y que era particularmente cariñoso y dado al halago sugestivo y verbal de sus jóvenes feligresas así vestidas.
Lo cierto es que, en estos tiempos donde muchos sacerdotes están en entredicho por sus propias declaraciones sobre sus preferencias sexuales, o sobre los procesos judiciales que en el mundo se han instaurado en contra de aquellos a quienes se les imputan delitos de pedofília, o la publicidad que se ha dado sobre la prole de algunos; son hechos que alejan peligrosamente a los creyentes de los santos recintos de la iglesia católica; por ello es prudente renovarse en la espiritualidad y en los votos de castidad y estar claros en el llamamiento de Cristo para los menesteres de las cosas divinas.
En esta era de la globalización, donde en cuestión de segundos una noticia da la vuelta al mundo y es recibida en los televisores y ordenadores de millones de personas, nada está oculto, por lo que podríamos afirmar que los ojos de todo el mundo nos observan, y es esta la mejor ocasión para demostrar la verdadera vocación sacerdotal, en la que la actuación de cada presbítero sea sinónimo de santidad, de espiritualidad y circunspección.
Son tantos los sacerdotes santos, y hay tantos santos sacerdotes, que quien sienta debilitada su vocación solo le bastará con emular a aquellos hombres castos que en el sacrificio personal han dado su alma para la salvación de muchos y de cuya entrega y abstinencia, pueden tomar ejemplo, los jóvenes sacerdotes y los no tan jóvenes que sientan la propensión al pecado.

Abogado
crisantogleon@gmail.com

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