sábado, 3 de noviembre de 2007

LA VIRTUD DE ESCUCHAR

LA VIRTUD DE ESCUCHAR
Crisanto Gregorio León

Recuerde las normas del buen oyente y las normas del buen hablante de las que fue instruido por su maestro o maestra en la educación primaria o básica y si es capaz de ser consecuente con ellas; entonces con sus respectivos bemoles, estará habilitado o habilitada con las elementales herramientas para recorrer el camino de conquistar la virtud de escuchar y/o de hablar en el momento indicado.
La cualidad de escuchar comporta la disposición del ánimo de respetar al interlocutor o al menos de garantizarnos la captación de lo que nos quieren decir sin correr el riesgo de que las interrupciones puedan dar a quien habla por el contenido de su propio discurso, la oportunidad de desviar o sesgar aspectos medulares de su conversación que cambiarían significativamente el tema de la alocución o de su pensamiento inicial.
Desde luego, hay quienes desatienden las normas y convierten su intervención en un monólogo no permitiendo la participación del interlocutor y con ello se privan de la oportunidad de conocer las ideas y pensamientos del otro, o por el contrario se adelantan a las interrogantes planteadas previo al “diálogo” que podrían satisfacer si solo se obsequiaran la paciencia de esperar por cuanto las respuestas podrían estar allí, solo que en otro momento del discurso.
Nos damos permisiones excusables cuando las ideas son de tal índole que represarlas en nuestro mente lograrían hacerlas volátiles, por prorrogar su parto a término. Pero, indudablemente que la informalidad o formalidad en el desarrollo de las exposiciones y conversaciones y los escenarios donde se proyectan, hacen maleables las normas cuando existe un convenio tácito de los participantes; caso contrario apuntaríamos aquello que mueve nuestra inquietud, para abordarlo en el momento indicado, aunque sea por mera cortesía, que ya bastante refleja de nuestra personalidad.
A veces no nos enteramos de lo que el otro quiere decir, ni de cuanta verdad, dulzura, amargura, tristeza, dolor, amor, odio, conocimiento, ignorancia, alegría, tristeza, amistad u otros tantos sentimientos o situaciones embargan el corazón y la mente de quien quiere hablar, porque simplemente no le dimos la oportunidad de ser oído y no nos dimos la oportunidad de escuchar.
No obstante, no existe nada más agradable que poder hablar o conversar en armonía con el respeto al otro u otros, y si ello se logra, muchos disgustos serían evitados y desaparecían confrontaciones estériles que interfieren en el ánimo de platicar y la presteza del espíritu de comunicar lo que cautiva el entendimiento.
Sin pretender ser dueño de las riendas de la cognición en la virtud de escuchar, no hay nada más inteligente que saber escuchar y nada más satisfactorio que ser escuchado.

Abogado
crisantogleon@gmail.com

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