Crisanto Gregorio León
Es desesperanzadora la utilización infame de la autonomía y la función docentes, como instrumentos de apocamiento del participante, sobre todo cabalgando como estamos en el siglo XXI, donde la autoridad y el talento deben ponerse a disposición del hombre para la construcción de un mundo mejor.
Sin perjuicio de la calidad de la educación, el docente no debe constituirse en un obstáculo para que el participante obtenga el conocimiento; muy por el contrario debe servir de puente entre el primero y el segundo.
En la construcción y aprehensión del conocimiento la actitud del docente comporta una significativa huella según sea la concepción que tenga del proceso enseñanza-aprendizaje, además de su particular visión como estratega en la gestión del aula y sus habilidades de liderazgo para una educación con calidad.
Cuando el docente cierra todas las posibilidades al cambio y no permite ni se permite una visión distinta a aquella que no produce sino frustraciones a sus participantes, quedándose atornillado en una era prehistórica se convierte en un fósil de la educación, en un dinosaurio y no olvidemos que aunque no están claros los científicos de las razones de su extinción, entre ellas se sostienen la degeneración biológica y la incapacidad para los cambios climáticos.
Desdichadamente hay en la educación quienes una vez obtenida la estabilidad y la inamovilidad que les confiere la ley u otro instrumento jurídico, entonces se ponen a hibernar en un inacabable letargo que les adormece el intelecto para los asuntos científico-educativos y una negativa rotunda con apologías como aderezos, diluyen el quid del asunto y un circulo vicioso se sigue apoderando de sus espíritus en detrimento de una apertura al cambio y al avance.
En los mejores esquemas del pensamiento educativo, se enmarca la labor del mediador, es decir, del profesional que en rol docente le interesa la realidad del participante, que utiliza los instrumentos y las estrategias de aprendizaje con calidad científico- técnica y emplea los reforzadores idóneamente en el contexto preciso para su efectividad en la construcción del conocimiento y no en la destrucción de los anhelos y aspiraciones del participante.
Mantengamos presente el pensamiento del maestro Paulo freire plasmado en tantas obras, especialmente en “la educación como práctica de libertad” y la “pedagogía del oprimido”.
Abogado/Ldo.en Cs. Sociales
crisantogleon@gmail.com
Es desesperanzadora la utilización infame de la autonomía y la función docentes, como instrumentos de apocamiento del participante, sobre todo cabalgando como estamos en el siglo XXI, donde la autoridad y el talento deben ponerse a disposición del hombre para la construcción de un mundo mejor.
Sin perjuicio de la calidad de la educación, el docente no debe constituirse en un obstáculo para que el participante obtenga el conocimiento; muy por el contrario debe servir de puente entre el primero y el segundo.
En la construcción y aprehensión del conocimiento la actitud del docente comporta una significativa huella según sea la concepción que tenga del proceso enseñanza-aprendizaje, además de su particular visión como estratega en la gestión del aula y sus habilidades de liderazgo para una educación con calidad.
Cuando el docente cierra todas las posibilidades al cambio y no permite ni se permite una visión distinta a aquella que no produce sino frustraciones a sus participantes, quedándose atornillado en una era prehistórica se convierte en un fósil de la educación, en un dinosaurio y no olvidemos que aunque no están claros los científicos de las razones de su extinción, entre ellas se sostienen la degeneración biológica y la incapacidad para los cambios climáticos.
Desdichadamente hay en la educación quienes una vez obtenida la estabilidad y la inamovilidad que les confiere la ley u otro instrumento jurídico, entonces se ponen a hibernar en un inacabable letargo que les adormece el intelecto para los asuntos científico-educativos y una negativa rotunda con apologías como aderezos, diluyen el quid del asunto y un circulo vicioso se sigue apoderando de sus espíritus en detrimento de una apertura al cambio y al avance.
En los mejores esquemas del pensamiento educativo, se enmarca la labor del mediador, es decir, del profesional que en rol docente le interesa la realidad del participante, que utiliza los instrumentos y las estrategias de aprendizaje con calidad científico- técnica y emplea los reforzadores idóneamente en el contexto preciso para su efectividad en la construcción del conocimiento y no en la destrucción de los anhelos y aspiraciones del participante.
Mantengamos presente el pensamiento del maestro Paulo freire plasmado en tantas obras, especialmente en “la educación como práctica de libertad” y la “pedagogía del oprimido”.
Abogado/Ldo.en Cs. Sociales
crisantogleon@gmail.com
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