lunes, 24 de octubre de 2016

Nadie te pidió que lo hicieras

Con certeza usted ha escuchado alguna vez esta expresión, “nadie te pidió que lo hicieras”, o alguien se la ha empuñado en su rostro como un argumento para desconocer su bondad o su buena acción.
Esa satisfacción espiritual que se siente en hacerle bien a alguien, pretende ser nublada con un verbo vejatorio e ingrato.
Y es que la persona desagradecida carece en su mente y en su corazón de los ingredientes necesarios para dimensionar la grandeza del espíritu de quien realiza gestos de amor y de entrega hacia ella. El desagradecido tiene un corazón sin memoria.
Para la soberbia del desagradecido, lo que haga el otro o la otra en su bien no tiene ningún valor y para nada cuenta; si no quiere reconocer que alguien le ha hecho favores o continuamente se ha amparado en los gestos y actos de amor de un benefactor.
No está bien desdeñar de las personas de quienes recibimos el bien, pues toda esa bondad que nos entregan y nos prodigan; con toda la energía divina que ellas comportan, podrían agitarse peligrosamente en nuestra contra como castigo por la maldad de un corazón desagradecido.
Si bien la manifestación del amor cristiano, ha de hacerse sin pedir nada a cambio; tampoco es justo que quien hace el bien, reciba de vuelta un acto de crueldad. Por eso ante el olvidadizo corazón del desagradecido bien vale la pena presentarle la lista de lo que ha recibido, de lo que ha aprovechado y de lo que se ha servido; y que acomodaticiamente quiere desconocer; para por lo menos estremecerle su alma, a ver si se salva; pues de desagradecidos está lleno el infierno.
De igual modo, cuando se hace el bien, o se conceden favores; estos deben caracterizarse por la buena deposición del ánimo en la entrega y en la acción, para que su manifestación esté invadida de buenas energías; pues no se agradece lo que se hace de mala gana o con el corazón lleno de hiel. Eso no merece agradecimiento, porque no se hace con amor sino con odio.
También “es muy común recordar que alguien nos debe agradecimiento, pero es más común no pensar en quienes le debemos nuestra propia gratitud”, Johann Wolfgang Goethe.
Ciertamente los favores no se hacen para que se agradezcan, sino por la convicción y la bondad del corazón, pues el favor pierde su esencia cuando el interés malsano lo impulsa. Pero tampoco hay que ser mal agradecido y devolver mal por bien. Muchas veces la gente recibe el favor de alguien y le devuelven desagradecimiento y hasta traición.
Un pensamiento de Martín Luther King recoge parte de este comportamiento humano: “Nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada, más rápido que un favor”.
Profesor universitario

miércoles, 12 de octubre de 2016

¿Estás siendo la mejor persona que puedes ser?

¿Estás siendo la mejor persona que puedes ser?
Crisanto Gregorio León

Recuerdo al Dr. José Gregorio Hernández, mi epónimo  cuyo nombre llevo y cuyas virtudes principales, fueron la caridad, la bondad, las buenas acciones, la actitud amorosa hacia los enfermos y los necesitados, el desinterés personal en obsequio a los demás, no se hacía de rogar ante la aflicción de quien a él recurría. No era un hombre de guardar silencios perjudiciales para no atender a quien a él acudía. Siempre daba respuestas amorosas y para dar su mano amiga y su ayuda no distinguía incluso entre quienes lo querían y entre quienes lo adversaban.  Veía en cada ser humano, al propio Cristo, amaba al prójimo como se amaba él mismo, aunque misericordemente  se entregaba al descuido de su propia persona para ayudar a otros.
Un hombre de Dios, de sinigual compostura y espíritu de entrega, devolvía incluso en repetidas ocasiones sus honorarios al ver la necesidad de su hermano y  con una mirada clara llena de bondad.
Corren tiempos en los que  nadie está mirando atrás para perjudicar a otros, y no solo no ven hacia atrás, tampoco  ven hacia delante, cuando deban dar cuentas a Dios de sus actos.  Todos nos creemos de hierro y que nunca moriremos, pues los otros son los que morirán. ¡Que engaño! 
¡Que terrible! , cuanto desconsuelo debe experimentar el Señor de los cielos, cada vez que se violan sus mandamientos, especialmente cuando se violan intencionalmente. Sobre todo cuando se selecciona exprofeso a quien perjudicar de manera abierta o encubierta.  De tal forma disfrazada para que nadie se entere, de bajo perfil,  concediendo favores a otros para sentirse aliviados de culpas, pero ensañándose con uno o unos  en particular.
Podemos leer en Marcos 12:31 “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El apóstol San Pablo lo recuerda: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 8-10).
Saber y constatar que hay quienes de manera fría y calculada o bajo un silencio cómplice que los convierte en autores hacen o dejan hacer infamias e injusticias a sus hermanos o semejantes y cuyas sonrisas por la maldad que envuelven solo es aplaudida por el propio lucifer.
Nadie quiere asumir el mal que hace o que deja que otros hagan por ellos o se presta para hacerlo  y sabiendo que llegará el momento en que estén ante el tribunal de Dios,  se desentienden de eso creyendo que nunca llegará el juicio y el Señor exclamará: ``Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí, todos los que hacéis iniquidad”. Allí será el llanto y el crujir de dientes.
Si pensáramos sobre todo el tiempo que permaneceremos muertos, seríamos mejores personas el poco tiempo que permaneceremos vivos.

Profesor Universitario





Infierno en la oficina




Son muchas las situaciones en las relaciones interpersonales que se encumbran en una oficina, desde la anhelada total armonía, tal vez utópica pero deseada y buscada, en la que  todo fluye con alegría, confianza y naturalidad de ánimo y otra la guerra encubierta donde se desatan agrios desencantos porque algo no está marchando como se aspira. Y voy a ser claro en este punto, porque la deshumanizada actitud de alguien, el despotismo y la prepotencia de un liderazgo artificial solo generan rostros desencajados y espíritus afligidos; propiciando que la gente le saque el cuerpo a quien que no goza de ascendencia por ser camaleónica tiranía. Y tal vez le dirijan la palabra o le escuchen o inevitablemente les toca verle el rostro porque no queda de otra. Pero se trata de jefes o jefas no deseados y que debilitan el buen ánimo por hacer el trabajo con alegría.
El rendimiento del personal es mayor cuando tiene un jefe o jefa que es auténtico o auténtica. En el sentido de tratarse de una persona transparente, donde la diafanidad y el dialogo sean atributos para no pisotear la dignidad de nadie. Y donde la expresión “trabajo en equipo” no obedezca a artimañas para enseñorearse y burlarse de la dignidad ajena. Porque en realidad el jefe o jefa no cree en el trabajo en equipo, sino en humillar y denigrar a quienes tienen obligatoriamente que adherirse porque necesitan un trabajo, porque es su sustento y del que come otra gente y hasta el enfermo de la casa y por efecto de este liderazgo despótico deben quedarse silentes y sin poder ni siquiera hacer uso del derecho a la defensa,  tampoco poder expresar sus ideas porque son avasalladas por delirios de grandeza y demenciales jugarretas de la mente de un jefe o jefa.
Pero al encontrarnos con gente de doble cara, y no precisamente como el Dios Jano de la civilización romana que miraba simultáneamente hacia oriente y occidente y en ello lograba equilibrar el cosmos. Sino de antilíderes que insisten en doblegar el espíritu humano -incluso de quienes fueron sus compañeros de labore - , para mantenerse en el puesto muestran una cara bonachona a quienes les colocaron de jefe o jefa mientras haciendo alarde de su circunstancial autoridad tiene un rostro desagradable y un alma autoritaria para con el personal. Y a diferencia del Dios Jano, esta doble cara causa desequilibrios en la oficina y en el ambiente laboral. A veces es un secreto a voces. 
Los déspotas se sostienen por el engaño y la maldad que manejan astutamente, a veces por la ingenuidad de gente buena que cree en ellos o ellas. Pero mientras el déspota ríe muchos sufren el agobio y el agravio  de una personalidad perturbada y perturbadora. 
Dale poder a un hombre o a una mujer y conocerás su verdadero carácter y conocerás su verdadero corazón. Esta situación me recuerda a la persecución de los cristianos y una expresión del  tirano emperador Nerón, quien con un alma dañada expresó “si tuvieran una sola cabeza se las cortaría de un cuajo”. Así un jefe o jefa perversa, mantiene la crispación en la oficina subestimando a las personas y no las percibe como equipo ni como prójimo, sino como contrincantes a quienes hay que vencer y sojuzgar. ¡Habrase visto!  ¿Acaso amigo lector, estás viviendo algo parecido?