domingo, 19 de agosto de 2007

JESUCRISTO Y BARRABÁS , UNA REFLEXIÓN

JESUCRISTO Y BARRABÁS, UNA REFLEXIÓN
Crisanto Gregorio León

En ocasión al advenimiento de la pascua es menester recordar una fatídica fecha en la que un hombre que quiso cambiar a las gentes de su época, fue asesinado para ocultar su pensamiento y callar su boca por lo que predicaba y ante la infaculta posibilidad del Sanedrín de dictar sentencia de muerte, solicitan la intervención del Procurador Romano. No en vano recoge la tradición la frase según la cual quien se mete a salvador resulta crucificado y ello implica que cada cual lleva su propia cruz a cuesta por los cristos que ha clavado.
El primer proceso penal que reseña la historia lo constituye el proceso acusatorio en contra de Jesús de Nazareth, un hombre que usaba un lenguaje distinto, que hablaba en parábolas, que a la vez de dar mensajes de amor y paz, también era estricto en cuanto las cosas de su padre. Aquel imputado, el hijo del carpintero, que apareció en el escenario de un imperio corrupto, que se atrevió a echar a los mercaderes del templo, porque lo habían convertido en un antro de perdición, aquel hombre que hizo reflexionar a quienes perseguían a la adúltera para lapidarla advirtiéndole que quien estuviere libre de pecado tirara la primera piedra, fue luego víctima de ese populacho.
En aquellos tiempos, no se le brindaron a Jesús las ahora garantías del debido proceso, el mismo Poncio Pilatos, quien se entregaba a la práctica de la sodomía tal como lo recoge la historia y quien fungía como árbitro en el juicio a Jesús, no tenía la imparcialidad que el caso ameritaba, pues se sentía desconcertado con la sola presencia de aquel hombre, a quien incluso le hacía ver cuán superior era por tener el respaldo del César, a lo que el hijo de María responde, que no tenía más poder que aquel que Dios le había conferido, expresándole incluso en su descargo que su reino no era de este mundo.
Cuando niño, Jesús era bello, era grácil y hasta se le escuchaban sus disertaciones epistolares más que con predisposición, con curiosidad, pero a medida que iba creciendo en estatura física, moral, espiritual yen el conocimiento de su entorno se convertía en un inconveniente profeta para las políticas y directrices del Estado y no obstante haber concedido a un centurión la sanación de su esclavo por la fe de que una sola palabra suya bastaría para sanarlo1 después muchos de aquellos que se habían beneficiado de la sabiduría del hijo de Dios, le dieron la espalda e incluso levantaron las manos para canjear la vida de un hombre por el silencio de las aberraciones.
No convenía a la muchedumbre de la época un hombre que hacía reflexionar a sus hermanos sobre su propia realidad existencial, sobre sus máculas, sobre sus errores y también sobre sus aciertos, los que no querían escuchar por el ruido ensordecedor de las conciencias malsanas, que gracias a la prédica de Jesús pudieron ver reflejadas sus esencias, meretrices, lesbianas, homosexuales, ladrones, corruptos, proxenetas, recaudadores de impuestos, que ante la soberbia de saberse descubiertos por la visión translúcida del Mesías no podían permitir su permanencia en tierras imperiales.
De manera que se gestó un plan, toda una cortina de humo para esconder lo inocultable, los vicios de la época que eran una realidad tangible y en la que estaban involucrados si no todos, la mayoría del pueblo; aprovecharon el tiempo de pascua en la que era tradicional indultar a un delincuente, por lo que llegado el momento de escoger entre un propósito de enmienda predicado por el niño de Belén y las prácticas aberrantes de Barrabás, el procurador de Judea, Poncio Pilatos, ante la agitación que tenía el pueblo les preguntó que a quién querían liberar ya quién querían crucificar, por lo que Barrabás, quien perversamente manejaba a su gente, logró que sus adeptos levantasen los brazos y gritaran: crucifiquen al Nazareno y liberen a Barrabás, generando tal confusión que parecería una sola voz en contra de Jesús, donde la mayoría para congraciarse con sus iguales y para proteger la iniquidad crucifica la verdad.
El jurado, una muchedumbre ciega de odio hacia el hombre que les hizo ver la putrefacción en que vivían, aupaba la liberación de Barrabás, un corrupto, impío, ladrón, violador, que se amancebaba con las mujeres de su tribu, que ya había sido procesado varias veces por ser público y notorio que manejaba grupos sediciosos, de manera que las condiciones no estaban dadas para juzgar limpiamente a “Jesús”, ni para garantizarle al hijo de Dios la imparcialidad en el proceso y aprovechando un punto crucial decidieron su muerte; pues quienes no respetaban las leyes de los romanos, ni querían darle al César lo que es del Cesar mal podían darle a Dios lo que es de Dios.
¿Cree usted, que ahora en el tercer milenio las cosas hayan cambiado en el corazón de los hombres? En todo caso, lo importante es que comprendamos que quienes hemos aceptado al Señor como nuestro salvador, somos hijos de Dios y hermanos de Jesús aquel hombre que quiso cambiar el mundo por allende Judea, el cual arrastrado por los suelos y halado por los cabellos era insultado y vejado, incluso por quienes se mantenían parados en el pórtico de las casas. He aquí una muestra donde la mayoría se equivoca y en la que no siempre tiene la razón.

Abogado
crisantogleon@gmail.com

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