domingo, 16 de diciembre de 2007

BOLSAS Y CABUYAS

BOLSAS Y CABUYAS


Protegido por una espesura capaz de distorsionar la percepción real, se avistaba a lo lejos lo que prometía ser un palacio, y a medida que se acercaba la visual, la majestuosidad disminuía, enfocándose más como un castillo, cuyo tamaño y sobriedad se iba menguando, cuando se menguaba la distancia, tornándose en una lujosa mansión que estratégicamente había sido adornada para causar un desenfoque capaz de engañar al desprevenido observador. Cuando se ubicó la fachada de aquel inicial portento, el asombro inundó los sentidos de los espectadores, al percatarse que la edificación no era mayor que una residencia, que ofrecía metamorfosearse en una casa solariega que sin mayores aditamentos, al menos, conservaría la sobriedad mínima propia de tan deseada construcción. Pero al abrir sus puertas, e internarse en aquella vivienda, la estupefacción corroboraba una derruida morada, con paredes sucias, pintura desconchada y una oscuridad interior que ensombrecía y enrarecía el ambiente y lo que a lo lejos deslumbraba como grandiosidad por haces de luces robados de otra conciencia, se dejó ver cual degenerado y envilecido lupanar, más que por sus deleznables materiales, por su esencia decadente y grotesca, que guardaba en sus aposentos míseras pertenencias amarradas con cabuyas dentro de bolsas que colgaban de las alcayatas y de un podrido escaparate que reflejaba en su espejo manchado, la figura camuflada del propietario del ingenio que ocultaba la estrategia de saberse un miserable que pendulaba en una hamaca, sin hacer mayores esfuerzos por corregir la imagen que transmitía su deplorable estampa, engañándose en la ilusión de vivir en un palacio. Más de una vez cometemos el error de deslumbrarnos con algunas personas que prometen ser sobrias, educadas, diáfanas, latitudinarias y embarazadas de gran cultura y la mayor circunspección y salimos lastimados o enojados y en todo caso embaucados, al comprobar que sólo ha sido apariencia, y que no obstante la mayor vistosidad del hábito, de la vestimenta o de la circunstancial posición de un hombre o una mujer, nunca han dejado de conservar en sus mentes, miserias colgando contenidas en bolsas amaradas con cabuyas. Porque la marginalidad, no es sino, una condición mental que nada tiene que ver con la pobreza material, pero sí con la pobreza espiritual, con la disposición del pensamiento para negarse a hacer cosas grandes no obstante tener todos los insumos capaces de elevar la personalidad.
Cuando las personas no se permiten la concepción de una perspectiva distinta a la estrecha percepción que les da lo que ven acostado en su letargo, lo que obsesionaba sus movimientos, que no son otra cosa que miserias colgando contenidas en bolsas amarradas con cabuyas en cada habitación y en cada esquina de sus apocados pensamientos, entonces desestiman un colorido real, una prudente y humana transformación, prefiriendo mantener la fijeza de una irreflexión, obsesionados con una maquiavélica forma de ver al mundo, donde la respuesta a tan aviesa conducta, solo son intereses inconfesables, aliñados con vulgaridad y mediocridad.

Abogado
crisantogeon@gmail.com

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