martes, 5 de enero de 2010

Nada cuesta sonreír

Nada cuesta sonreír
Crisanto Gregorio León

“Sonríe aunque sólo sea una sonrisa triste, porque más triste, es la tristeza de no saber sonreír”.
La mayoría al tener un poco de poder se trasforma en un monstruo insoportable, creyendo que el tiempo y las circunstancias se congelarán y olvida que las cosas podrían dejar de favorecerles, incluso la vida misma; porque hoy estamos, pero mañana quien sabrá, y teniendo la oportunidad de escoger entre buenos recuerdos y maledicencias seguramente preferiríamos los primeros.
“Aquel cuya sonrisa le embellece es bueno; aquel cuya sonrisa le desfigura es malo” (proverbio húngaro). Hay quienes fingiendo simpatía esconden su maldad detrás una sonrisa. Hay otros cuyo sonreír es una morisqueta, siendo una expresión de burla. Pero una sonrisa sincera es como una brisa fresca para el espíritu de quien la da y de quien la recibe.
Sea cual sea nuestro oficio, profesión o posición en la sociedad o en la familia, ¿qué nos cuesta sonreírle agradable y sinceramente a nuestros semejantes?
La responsable: nuestra soberbia, un pecado capital, que impide vernos en los demás, creyéndonos superiores. Y por ocupaciones o cargos circunstanciales pateamos nuestra propia esencia; siendo grotescos en el trato y en la mirada, displicentes en los gestos, jactanciosos en nuestro desenvolvimiento y en las relaciones con el prójimo.
Para unos es difícil mostrar cortesía hacia gente que no conoce, pero con la cual debe relacionarse a diario en ocasión a su trabajo, y en su trato con ellas son rudos, déspotas o majaderos y en vez de una sonrisa le exhiben una mueca que afea a su emisor y deja en su receptor la peor impresión; la sensación de haberse topado con el lado oscuro y perverso de aquel hombre o de aquella mujer.
Quienes así se conducen no tienen el menor cuidado, ni la menor noción de relaciones humanas y no se han dado cuenta que su trabajo existe porque existe el público y que sin esa gente a la cual maltratan, su puesto o su cargo no tendría razón de ser, ni utilidad.
En casos de dolor y de pena, nos ennoblece obsequiar una sonrisa. Para Gabriela Mistral, “Hay sonrisas que no son de felicidad, sino de un modo de llorar con bondad”.
La sonrisa alimenta el espíritu, hace agradable el rostro de quien la tiene y predispone las buenas relaciones; pues “una sonrisa sincera embellece más que el maquillaje”.

Abogado
crisantogleon@gmail.com

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