sábado, 12 de noviembre de 2016

Con aroma de romero

No he sabido del primero y no tengo información que en toda la historia de la humanidad  haya ocurrido un caso donde a alguien se le inhume ni con sus títulos nobiliarios, ni con sus títulos académicos. 
“Si pensáramos durante todo el tiempo que permaneceremos muertos, seríamos mejores personas el poco tiempo que permaneceremos vivos”. Traigo a colación este pensamiento de mi autoría en ocasión a los despropósitos de quienes haciendo alarde de su posición circunstancial en cualquier esfera del ámbito social o académico, se enseñorean de tal manera que parecieran sin hechura de imperfección.  
Evoco al “Poberello de Asís”, Francisco de Asís, quien de joven renunció a sus títulos nobiliarios y a la herencia paterna para vivir en extrema pobreza y sacrificio en adoración a Dios y en provecho de sus hermanos.  No es que con este ejemplo quiera motivarlos a la santidad que sería el mejor camino para la salvación, solo hago referencia a Francisco como quien sin alarde de su acervo hereditario, de riqueza y de alcurnia, adoptó una vida humilde de comprensión y de amor hacia su prójimo. 
Quienes hayan tenido, tienen o tendrán la posibilidad de lograr en la vida, alguna posición que les coloque eventualmente en mejores condiciones que otro u otra, sea cual fuere el nivel o el aspecto sobre el que maneje alguna potestad, cabe evaluarse la conducta al tiempo de ejercer esas atribuciones, pues es allí el instante de demostrar que luchan por obtener una sensibilidad más evolucionada, una visión más cónsona con el poco tiempo que han de permanecer vivos sobre el planeta. Momento de evaluar el proceder propio con nuestros hermanos, sin ínfulas, ni soberbia, ni postín.
Ciertamente el hombre y la mujer con una visión de futuro enrumban su destino para la consecución de metas que le permitan elevar su nivel y su calidad de vida. Pero una vez logrado, no debemos ser, ni soberbios, ni inflarnos como pavo reales, ni exhibir vanidosamente con jactancia y prepotencia en nuestro “momento de poder”  el monstruo de la pedantería.
En la vida, nos encontramos con gente que no logra vislumbrar su propia personalidad y se sienten justificados con hacer lo que hacen porque su “nivel”  se los exige y en ello se convierten en “hediondos o hediondas”. A quienes solo se les acercan personas por razón de educación o porque no hay otro remedio, pero que no tiene ascendencia afable ni en el corazón ni la mente de quienes deben por obligación aproximárseles. 
La relación endogámica que finalmente lleva a la degeneración biológica y que a manera de ejemplo coloco para ser más gráfico; que es igual a la llevada consigo misma por la persona que no logra entender que en la vida estamos de paso y que es preferible que nos sigan las bendiciones de la gente en vez de los anatemas; culmina igualmente en una degeneración donde mira a todos por encima del hombro, de soslayo, en vez de aprovechar su existencia para aproximarse al alma humana. 
Con aroma de Romero cada Francisco, que sin llamarse imperiosamente como el Poberello de Asís pero que igual desarrolla una vida de hermandad y de trabajo, sin jactancia ni prepotencia es el ejemplo más franco de humildad. 

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