miércoles, 8 de julio de 2009

Otrora y ahora

Otrora y ahora

Crisanto Gregorio León

 

           

            Recuerdo el respeto como se concebía a los docentes. Eran criterio de referencia obligatoria en la vida de la comunidad, sus alumnos los admiraban  y adoptaban las  conductas edificantes de sus mentores cuales émulos orgullosos, en la aspiración de ser ciudadanos útiles para si mismos y para la patria.

            Otros eran los tiempos. Ahora hay trazos que desdibujan la grandeza de un maestro. En algunos casos porque los alumnos bajo el auxilio de leyes que propenden proteger lo más puro de la niñez y de la adolescencia  hacen un uso inapropiado de las normas y tergiversan su esencia obligando a todos a amparar lo que legalmente pareciera indicado, pero moralmente es inaceptable. Algo así como poner a disposición de alguien, un traje de color blanco puro y quien lo estrena se revuelca en el fango para lucirlo. De modo que se ha vestido con traje nuevo, pero le ha mancillado su esencia.

            A la ley orgánica para la protección del niño, niña y adolescente se le ha dado lo más noble para la salvaguardia de lo que la sociedad concibe como lo más preciado, "su generación de relevo". Pero son tantos los casos de abuso en contra de la filosofía que inspira a la ley, que se ha hecho de ella una complaciente celestina, para abrigarse en contra de lo que en ningún modo quiere proteger. Y los alumnos se burlan de las normas y los representantes le dan la vuelta como quien la concibe para evadirla y no para acatarla.

            Igual es menester indicar que viola la ley quien hace lo que ella prohíbe y en fraude de la ley quien respetando las palabras legales elude su verdadero sentido.

            El encausamiento de las normas consagradas en la LOPNA es en provecho y beneficio de todo lo que es y sea  correcto,  moral,   justo y  decente, pero no al revés.

            También otros eran los tiempos en los que el docente se daba su puesto, como formador de generaciones. Su trato, su verbo, su pulcra presencia y su sabiduría lo distinguían como ciudadanos de altísima estima y consideración.

Algunos no tienen conciencia de lo que son y cual es su función en la sociedad, otros son gallardos Quijotes luchando contra molinos de viento y su grandeza amenaza con perderse en la espesura de la noche.

            El abogado como el docente, deben ser como una espada, rectos, brillantes y con temple de acero. Simón Bolívar.  

 

MSc. en Docencia Para Educación Superior

crisantogleon@gmail.com

 

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