viernes, 12 de junio de 2009

Día mundial contra el trabajo infantil

Día mundial contra el trabajo infantil

Crisanto Gregorio León

 

            Como de costumbre, su mamá se iba a trabajar aún antes de que él despertara. Estaba oscuro cuando ella partía y cuando regresaba se había escondido el sol.  

            Siempre se quedaba solo en su casa de láminas de zinc, con la arena como piso y justo a las 6 de la mañana emprendía los quehaceres del nuevo día, pidiéndole a Dios que fuese mejor que el anterior.

            Al levantarse, tenía que barrer todo el  patio, una extensión de 450 metros cuadrados, y él apenas contaba con 10 años. Después de lavar la ropa de su hermano, a quien a pesar de la sevicia a que lo sometía, siempre lo veía como a un padre y lo amaba con la inocencia de un niño. Después, salía al barrio a trabajar para buscar un bocado de comida.

            Evocó un día que jamás olvidaría, cuando una vecina le contrató para desmontar la mitad  de un terreno tan grande como el de su casa,  desde la mañana a las 7 hasta la noche a la 10, el niño rompió sus manos y se las llenó de ampollas, por la fricción  con la escardilla, el machete y la pala. Adentrada  la noche el niño amarraba la maleza y los troncos y los iba a botar a una  cañada a varias cuadras de lejanía.

            Ese día el niño porque había hecho el trabajo propio de un hombre y aunque exhausto, estaba contento pensando que sería recompensado por su labor, solo recibió de aquella mujer un pan en estado de descomposición. Bajo la promesa de que al día siguiente sería gratificado mayormente, se fue a dormir a su casa, vencido por el cansancio y sin bañarse se quedó rendido sobre la arena fría del suelo de su cuarto, con la esperanza de un mejor amanecer.

            Con el despertar , otra vez comenzaba su sufrir y lleno de fantasías volvió donde había desmontado el patio a buscar la recompensa prometida , cuando de pronto la señora de la casa salió y le dijo que la acompañara a hacer el mercado , para que le trajera las compra.

            Eran tantas las frutas, verdaderas y carnes e infinidad de cosas que la señora compró, que el niño fantaseó en que le daría algo de ellas. Era una inmensa caja que él se puso al hombro guapeando para no quedar mal, pero al final al llegar con la encomienda a su destino, la dueña de casa y de tan apetitoso mercado, solo le pagó con un real.

            El niño enojado y estupefacto por tanta afrenta, le dejó el real en la puerta de la casa y se marchó llorando.

Abogado

crisantogleon@gmail.com

 

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