domingo, 23 de septiembre de 2007

!Papá tiene corazón!

¡Papá tiene corazón!
Crisanto Gregorio León

Pocas veces los hombres se atreven a revelar que son atropellados o que se encuentran en una situación de minusvalía ante su mujer, y hasta se inhiben de manifestar sus sufrimientos para no ser tildados de débiles o para no ser juzgados injustamente por quienes desconocen la dimensión de la realidad o para que no se les señale de machistas al determinarse a hacer observaciones.
En cualquier caso, la mayoría de las leyes se hacen y diseñan para proteger a las mujeres, cosa que no está mal por ser ellas la esencia de lo bello, de lo dulce y de lo sublime y así se espera; por eso, se les dedica mayor atención y protección; pero muchos hombres lloran silentemente su infortunio, sin arriesgarse a alzar su voz de angustia. He aquí una patología que merece comentarios.
El espinoso manejo del origen de las correcciones, para el forjamiento de la personalidad de los hijos y los valores que deseamos hagan suyos, para provecho de ellos y para beneficio de la familia y la sociedad, puede producir odios, resentimientos o resquemores hacia uno de los padres.
La astucia de “correr la arruga”, endosando el origen de la amonestación al padre, cuando se quiere reprender a los hijos por alguna acción u omisión no vista como la más adecuada o percibida como incorrecta, va destruyendo la imagen del padre como cariñoso y sensible, mientras lo va erigiendo ante los ojos de sus hijos, en un monstruo castigador al cual hay que temerle u odiarle en vez de respetarle y de amarle.
Cuando la madre quiere acaparar el amor de los hijos, y en tal empeño poco importa destruir la figura del padre, se cometen grandes injusticias y devastadores efectos en la armonía psicológica de los hijos y de la familia, despojándose a la prole del caudal de experiencias y de asertivos consejos que un buen padre de familia le proporcionaría y lo mas perverso es que se le quita al padre el derecho de ser amado por sus hijos.
Se haga de manera consciente y premeditada o de forma ingenua y sin malicia, el efecto destructor es el mismo, pues se inventa al padre como el motivo de la amonestación o de la corrección y no que el motivo de la sanción sea la conducta inapropiada de los hijos.
Cuando la “muletilla” intimidatoria ante una represión es la figura paterna y no la mala conducta asumida por los hijos, hace que estos perciban al padre como el núcleo de sus problemas y frustraciones, mientras la madre logra el título de buena y salvadora, llena de toda perfección y comprensión, a quien los hijos adoran y quien les dejaría hacer todo cuanto quisieran sin no fuera por los reclamos del padre.
De tal suerte, que cuando la madre no tenga al padre como excusa en la que escudarse cuando quiere censurar o reprocharle a los hijos alguna cosa o situación inapropiada pero como no proveniente de ella, para no ser “mal vista” y no perder puntos en la carrera por absorber sola e injustamente el amor de los hijos, seguramente otra persona sería la victima o la responsable, para salvar la imagen materna bonachona.
Cuando en la amonestación la madre se cerciora de dejar claro que lo hace no por ella si no por evitar que el padre se enoje, entonces, la mujer destruye la figura paterna y en ello la armonía psicológica del seno familiar.
La práctica por cual se inculpa al padre por los regaños que hace la madre, tiene distintas vertientes y manifestaciones, y si la mayoría de las veces es directa, ella también sabe como disfrazarlas con estratagemas del lenguaje, de señas y de gestos.
En esa contienda egoísta y patológica de la madre por el amor de los hijos, suprimiéndoles el amor del padre, puede deformarles la conducta y crear también seres injustos.
Abogado
crisantogleon@gmail.com

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