domingo, 28 de mayo de 2017

La diáspora

La diáspora
Crisanto Gregorio León

                Extraoficialmente  en los últimos dos años  ya van más de 250.000 venezolanos que se han ido a buscar futuro en el extranjero. Mayormente jóvenes y dentro de estas cifras, muchísimos graduados universitarios o que han tenido que dejar sus estudios a medio andar.
                La diáspora también está integrada por adultos y hasta adultos mayores, que persiguen una nueva esperanza en sus vidas, unos nuevos derroteros, una proyección, en fin, un no quedarse estancados, un negarse a morir, por salvar que pase el tiempo sin tomar las riendas que les permitan generar para ellos y para los suyos mejor calidad de vida.
                Cuanto dolor y desesperación asaltan los corazones de los que se van y de los que se quedan.  Cuanta angustia ante las vicisitudes que les esperan a unos y a otros. El llanto y el sollozo por los amores que se nos han ido, como si el corazón dejara de latir en un tiempo congelado que no para de sufrir en un interminable ahogo.
                Experimentan los que se van, la ausencia de un hogar o la sensación que no se pertenece a esas nuevas latitudes, pero que tampoco son ya  de la tierra que se deja.  Construir en otros parajes una casa o una nueva vida, no superará jamás la necesidad y la sensación  de tocar y abrazar a los seres que amamos y que se nos han ido. El síndrome del viajero eterno que no es de allá y no es de aquí.
                Bendecidos son los países que nos acogen y nos permiten rehabilitar nuestras mentes y nuestras vidas, hermosos paisajes que nos regalan su frescor y sus nuevas oportunidades, pero el corazón jamás supera el dolor de la migración o de la huida, nunca el alma es la misma cuando los seres que amamos y que están vivos  ya no están con nosotros, o cuando mueren en otros destinos y nada podemos hacer para darles el último adiós.
                Agradecido siempre, nuestro genio de las letras, Don Andrés Bello López, por la acogida que le ofreció el amigable e inigualable  pueblo chileno, igualmente nunca superó la soledad del alma por su amada Venezuela. Sí, prosiguió una vida  en esa tierra maravillosa que le brindó honra y alegrías; aunque su alma nunca supero la migración. Al fundarse la Universidad del Chile, él fue su primer rector y además vitalicio. Reciprocó  también con su sapiencia las bondades que recibió del gentil pueblo chileno.
                Bendecidas sean las tierras que nos abren sus corazones y bendecidos sean los coterráneos que van a trabajar y ayudar con honradez para darle empuje e impulso al desarrollo de otras naciones,   dejando el nombre de Venezuela en alto, devolviendo con dignidad  y gratitud la nobleza de otros pueblos al adoptarnos.
                Somos embajadores de nuestras costumbres, de nuestra casa, de nuestra escuela y de nuestras universidades.  Dejemos nuestro nombre y reputación en alto, con hidalguía y humildad.  Que la decencia sea nuestro pasaporte y respetemos las normas de la nueva casa.
Columnista

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