Crisanto Gregorio León
Paradójicamente los caporales
venían de la peonada y aunque el administrador de la hacienda honestamente lo advertía,
no podía hacer mayor esfuerzo ante unos
oídos sordos y ante unos ojos ciegos porque dejaron la hacienda a la
disposición de unos sátrapas.
Los dueños no entendían las razones de la destrucción de la hacienda que
tantos beneficios les brindaría por años; pero no leían ni el metalenguaje, ni
el contexto, ni el texto detrás del texto,
ni escuchaban consejos o por los menos esas exhortaciones no llegaban a ellos
porque eran filtradas por capataces amañados y llenos de vicios que corrompían
la imagen y la economía de la hacienda, bueno; eso quería creer la peonada. Los dueños les estaban dando crédito a las
personas equivocadas y la hacienda, ese patrimonio familiar estaba siendo desbastado por muy malas
personas.
Los caporales que gozaban de la confianza de los
dueños habían logrado que los mejores peones se fueran de la hacienda y la
gente que con pasión se entregaba a las labores
huían y la producción mermó y el prestigio de aquella tan hermosa visión
familiar, se estaba yendo al precipicio porque se negaban a ver en los síntomas
una gerencia oscura de gente que solo los halagaba pero que no administraban
con criterios científicos ni gerenciales, sino que imponían sus caprichosas sin razones llenas
de mezquindad obedeciendo a roscas constituidas y gente infiltrada que hacia
negocios ilícitos dentro de los negocios lícitos de la empresa familiar para
beneficio de grupúsculos y en desmedro de la finca.
Los amiguetes se llevaban las mejores horas de
trabajo y se adjudicaban las mejores faenas, mientras que a los que advertían a
los dueños de la mala gestión de los capataces de la hacienda, a esos los desmejoraban de tal
forma en el trabajo para que se fueran y
no lograran advertir a los dueños de la forma en estaba siendo destruida la hacienda y maltratada la peonada. Pero los resultados estaban a la
vista y no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Era como el amo de una casa que maltrataba a sus
habitantes y después que se quedaba desolada el dueño quería achacarle las
culpas a los vecinos y a factores externos exclusivamente sin aceptar que la
hacienda estaba siendo destruida desde adentro por algunos de sus capataces.
Todo era un ropaje aparente para dar visos de
eficiencia, pero eran los resultados en la economía de la hacienda los que les
estaban dando a los dueños los indicadores de la mala gestión de los capataces
y caporales. Pero los dueños no querían entender y ni siquiera aceptar ni mucho
menos imaginar que por sus desacertadas decisiones, quienes regentaban la
hacienda habían apostado a que esta
perdiera a sus mejores clientes, a sus
mejores trabajadores y habían logrado maquiavélicamente la disminución de los ingresos del patrimonio familiar a tal
punto que hasta por haberse fracturado la economía de la finca tuvieron que
suprimir esos alegres festejos que en otros tiempos daban a su peonada.
Habían puesto los dueños su mayor patrimonio en gente con doblez que ni
siquiera aplicaba en provecho de la hacienda lo que habían aprendido en años de
preparación para esos fines. Lo que privaba en los caporales eran sus propios
caprichos , los intereses de una rosca y de un grupo y sus sectarias visiones
de sus petulantes imágenes, llenas de jactancia y prepotencia y con una fingida
humillad ante los dueños gerencian la hacienda con pavoneos , mientras los peones que tenían el
conocimiento para mantener la producción y conservar a los clientes, para generar provechosas ganancias a la
hacienda, esos peones estaban siendo vapuleados y no les quedaba opción que
irse porque no eran escuchados. Y solo una rosca maligna controlaba la hacienda
haciéndola pedazos, mientras los que
realmente tenían el conocimiento y las habilidades en los asuntos del agro y la
ganadería al ver que ni a los dueños les dolía la pérdida de su patrimonio, no
había nada más que hacer.
crissantogleon@gmail.com
Abogado- escritor.