El
lenguaje y los seres que amamos
Crisanto Gregorio León / Abogado /crisantogleon@gmail.com
El lenguaje en
familia debe ser amable, cordial, lleno de aprecio y estima hacia quienes
forman nuestro entorno
Un ejemplo gráfico te puede poner a pensar. Si en las relaciones de
trabajo o en las relaciones sociales, te cuidas de usar un lenguaje que en
ningún momento pueda ser agraviante o vulgar para con quienes te rodean o
comparten la rutina laboral contigo, para con tus vecinos, o para quienes
obligatoriamente te tropiezas en el día a día así no trabajen contigo, y lo
haces por cultura o educación y hasta por precaución. ¿Entonces porque no ser
igual de considerado o considerada en familia, para con tus padres, para con tus
hijos e hijas y para cuantos forman tu entorno familiar?
El lenguaje en familia debe ser amable, cordial, lleno de aprecio
y estima hacia quienes forman nuestro entorno, una comunicación llena de
consideración y afecto que demuestre el amor que profesamos hacia quienes
sentimos nuestros, inclusive si son de la propia sangre y sin serlo más aún,
porque el vinculo del convivir y crecer en familia debiera hacer una fraternal
coexistencia que incluso a veces es más fuerte que la sangre misma.
Todos debemos suavizar nuestras palabras para con nuestros
semejantes, para con nuestros hermanos, sean de sangre o si se trata del
prójimo al que se refieren los pasajes bíblicos. Pero en cualquier caso,
debemos evitar palabras vulgares y lenguaje soez.
Erróneamente hay quienes se permiten tratar a sus familiares con
lenguaje hiriente, grosero, desconsiderado y sin medir las palabras las sueltan
contra los seres que mayor respeto merecen en la casa, los padres. Sí, papá y
mamá muchas veces son objeto de maltrato verbal por parte de quienes deben
estar agradecidos todo el tiempo porque le deben la vida. Y se permiten los
hijos unas libertades que demuestran cuan equivocados están respecto del amor y
consideración que mamá y papá tienen para con ellos. Porque ese amor paterno y
materno, no debe ser confundido a tal punto de entenderlo como permiso para
irrespetarlos. Y lo mismo debe ser en sentido inverso, que la condición
de padre o madre no signifique una autorización para irrespetar a los hijos e
hijas con palabras injuriosos y descorteses.
Mamá y Papá, la mayoría de las veces se contienen “por amor” y los hijos
no logran digerir que los padres jamás estarán por debajo de ellos. No importa
la edad, ni el nivel de estudio, ni los grados académicos, ni la posición
social, ni el mejor estatus económico que adquieran los hijos, ni ningún
logro meritorio; como para sentirse superiores a los padres.
Nunca, bajo ningún concepto, ni los hijos, ni las hijas serán ni podrán
ser superiores a sus padres y mucho menos como para creerse autorizados
para tratarlos de forma despectiva y humillante.
“No hay que ser igualadas ni igualados”, como diría el célebre
comediante Mario Moreno Cantinflas. Papá y mamá son eso, papá y mamá; no
son unos desconocidos a quienes les volcamos y saltamos de inmediato con
altanería y grosería para decirles cuanto nos venga en gana sin medida ni
respeto.
Y lo mismo se aplica en sentido contrario para con los hijos e hijas,
ellos son nuestros tesoros.
Y seguramente la precaución no te permitiría tratar a un extraño
despectivamente y con vulgaridades y malas palabras, pues no sabrías cual sería
la reacción.
Entonces, a tratarse en familia con el amor que merece la sangre que
corre por sus venas. Con amor de padres, con amor de hijos. Cuidado,
afecto y consideración en el trato intrafamiliar en la clave de la
armonía y del amor en el respeto mutuo.
Pero ojo, cuenta hasta un millón antes de devolverle un insulto o un mal
trato a papi o a mami, espera a que las cosas se tranquilicen y conversa en un
ambiente de calma y serenidad.
Los padres no deben abusar de sus privilegios ni los hijos de sus
concesiones.