Crisanto Gregorio León
Las personas cuando buscan un
empleo, lo hacen especialmente porque lo necesitan y porque han optado por
mantenerse en una vida lícita. No sabemos cual es el cuadro de necesidad
o de dolor que un ser humano atraviesa y las cosas que le suceden tan de cerca
que lo están aniquilando, que calamidades y desgracias atormentan la vida de quien
busca con desesperación un puesto de trabajo para salvar incluso a su
familia y a su propia vida.
Por cuáles razones morbosas quien
está desempleado o en paro, debe desnudar su alma y hacerle saber cada una de sus
infortunios y adversidades a su posible empleador, para poder derrumbar los muros de corazones de piedra
y espinas de vanidad de quien haciendo alarde de su
posición circunstancial “voltea la atención” y en ello prefiere ignorar a su prójimo,
haciéndolo invisible en sus prioridades. Y como siempre olvidamos los mandamientos de la
ley de Dios, como el primero de todos “Amad a Dios
sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. Y al ser este
el primer mandamiento, al amar al prójimo estamos amando a Dios por
simple obediencia.
A veces las personas acuden a
quienes mantienen en sus corazones como amigos y ellos demuestran la
reciprocidad del afecto, comportándose incluso mejor que un hermano de sangre;
pero otros por el contrario, con el uso de todo ingenio de razonamientos
o de un silencio oprobioso, llenan de pucheros el alma de quien
siempre creyó en su amigo en otras circunstancias. Y al referirse a los amigos
El Libertador Simón Bolívar, grande hombre de América que tantas
frases acuñó con su preclaro pensamiento en algún momento escribió “Jamás falta
un amigo compasivo que nos socorra, y el socorro de un amigo no puede
ser nunca vergonzoso”
Alguna vez te has encontrado en la posición habilitante de darle o
conseguirle un empleo a alguien, porque realmente puedes y no porque quieras
hacer creer que puedes y por cualesquiera sean las argumentaciones de tu
mente o de tu corazón, simplemente cuestionas abrir las posibilidades con
tu corazón humano y no con el corazón que Dios quiere de ti, un
corazón “limpio, como el cristal, dulce, como la miel, un corazón que sea
como el de nuestro Señor. Y por el cual te llama a abrir
los ojos del alma y te posiciones en los zapatos de aquel
o de aquella que ha tenido el valor o ha tenido la confianza de acercarte
a ti y lleno o llena de humildad ha visto en tu persona a ese
ser que puede convertirse en las manos de Dios.
Abogado