miércoles, 20 de abril de 2016

El lenguaje y los seres que amamos

El lenguaje y los seres que amamos
Crisanto Gregorio León / Abogado /crisantogleon@gmail.com
El lenguaje en familia debe ser amable, cordial, lleno de aprecio y estima hacia quienes forman nuestro entorno
Un ejemplo gráfico te puede poner a pensar. Si en las relaciones de trabajo o en las relaciones sociales, te cuidas de usar un lenguaje que en ningún momento pueda ser agraviante o vulgar para con quienes te rodean o comparten la rutina laboral contigo, para con tus vecinos, o para quienes obligatoriamente te tropiezas en el día a día así no trabajen contigo, y lo haces por cultura o educación y hasta por precaución. ¿Entonces porque no ser igual de considerado o considerada en familia, para con tus padres, para con tus hijos e hijas y para cuantos forman tu entorno familiar?
 El lenguaje en familia debe ser amable, cordial, lleno de aprecio y estima hacia quienes forman nuestro entorno, una comunicación llena de consideración y afecto que demuestre el amor que profesamos hacia quienes sentimos nuestros, inclusive si son de la propia sangre y sin serlo más aún, porque el vinculo del convivir y crecer en familia debiera hacer una fraternal coexistencia que incluso a veces es más fuerte que la sangre misma.
 Todos debemos suavizar nuestras palabras para con nuestros semejantes, para con nuestros hermanos, sean de sangre o si se trata del prójimo al que se refieren los pasajes bíblicos. Pero en cualquier caso, debemos evitar palabras vulgares y lenguaje soez.

Erróneamente hay quienes se permiten tratar a sus familiares con lenguaje hiriente, grosero, desconsiderado y sin medir las palabras las sueltan contra los seres que mayor respeto merecen en la casa, los padres. Sí, papá y mamá muchas veces son objeto de maltrato verbal por parte de quienes deben estar agradecidos todo el tiempo porque le deben la vida. Y se permiten los hijos unas libertades que demuestran cuan equivocados están respecto del amor y consideración que mamá y papá tienen para con ellos. Porque ese amor paterno y materno, no debe ser confundido a tal punto de entenderlo como permiso para irrespetarlos.  Y lo mismo debe ser en sentido inverso, que la condición de padre o madre no signifique una autorización para irrespetar a los hijos e hijas con palabras injuriosos y descorteses.
Mamá y Papá, la mayoría de las veces se contienen “por amor” y los hijos no logran digerir que los padres jamás estarán por debajo de ellos. No importa la edad, ni el nivel de estudio, ni los grados académicos, ni la posición social, ni el mejor estatus económico que adquieran los hijos,  ni ningún logro meritorio; como para sentirse superiores a los padres.
Nunca, bajo ningún concepto, ni los hijos, ni las hijas serán ni podrán ser superiores a sus padres y mucho menos  como para creerse autorizados para tratarlos de forma despectiva y humillante.
“No hay que ser igualadas ni igualados”, como diría el célebre comediante Mario Moreno Cantinflas.  Papá y mamá son eso, papá y mamá; no son unos desconocidos a quienes les volcamos y saltamos de inmediato con altanería y grosería para decirles cuanto nos venga en gana sin medida ni respeto.
Y lo mismo se aplica en sentido contrario para con los hijos e hijas, ellos son nuestros tesoros.  
Y seguramente la precaución no te permitiría tratar a un extraño despectivamente y con vulgaridades y malas palabras, pues no sabrías cual sería la reacción.
Entonces, a tratarse en familia con el amor que merece la sangre que corre por sus venas.  Con amor de padres, con amor de hijos. Cuidado, afecto  y consideración en el trato intrafamiliar en la clave de la armonía y del amor en el respeto mutuo.  
Pero ojo, cuenta hasta un millón antes de devolverle un insulto o un mal trato a papi o a mami, espera a que las cosas se tranquilicen y conversa en un ambiente de calma y serenidad.
Los padres no deben abusar de sus privilegios ni los hijos de sus concesiones.


miércoles, 13 de abril de 2016

La gente no renuncia a su  trabajo
Crisanto Gregorio León

                Quienes saben de gerencia acertadamente  concluyen que las personas no renuncian a sus trabajos sino a los malos jefes.
Generalmente las personas que se han mantenido por  un estimable tiempo en una industria, empresa, o institución, lo hacen  porque sienten  un “enganche” sui generis con su trabajo.
Diversas son las motivaciones,  entre las que se puede  citar  la vocación, un sentirse a gusto con lo que hace por encima de otras situaciones no deseadas que se toman como soportables en función de experimentar  incluso un  sentido de pertenencia y que aunque la empresa no sea suya, la siente como propia porque la defiende, la estima y se preocupa por  mantenerle, darle o impulsar  su prestigio y buen nombre. Siendo esta la actitud que la robustece y  la sustenta.
Hay quienes cuando ingresan a una institución  ya tienen una aquilatada carrera en el objeto mismo al que se contrae  la actividad de esta y se suman con su experiencia, capacidades y competencias  en el Know-how de la empresa y gustosos transfieren sus aptitudes  y talentos  para el despliegue exitoso del giro de ese negocio. Teniendo incluso más años en esas labores que la propia compañía.  Eso es algo que la empresa mayormente respeta y protege por saber que ha captado el talento humano que requiere.
Por otro lado, están los clientes por cuya satisfacción se esmera el negocio y en ese afán procura el mejor producto del mercado o por lo menos que compita con los niveles de exigencia  de similares industrias, empresas o instituciones.   
¿Cuáles son entonces las razones por las cuales las personas deciden renunciar  a un empleo o trabajo que quieren y que les gusta?
Si la persona aunque no reciba un abultado salario y no obstante se ha quedado en su empleo, es  porque siente un compromiso más allá de este asunto y quiere y le gusta  lo que hace. Algo difícil de digerir para algunos directores o gerentes que prefieren pensar como déspotas enmascarados de  humanistas y darle de latigazos a la relación laboral azotando y oprimiendo a su talento humano hasta hacerlos renunciar. Recordemos al bardo  Manuel Machado “fatigas pero no tantas que a fuerza de muchos golpes hasta el hierro se quebranta”
Cuando el sentido de entrega y compromiso entre el talento humano y la empresa se fractura en apariencia no obstante haber ese salario emocional que compromete espontáneamente  a la gente con lo que hace.  La fractura es realmente  con los jefes, no en con la empresa y ni siquiera con los dueños o accionistas de esta quienes desde todo punto de vista quieren lo mejor para su negocio. Directores y gerentes con los egos abultados parecen levitar  privando la jactancia y la prepotencia por encima del interés institucional;  siendo esta la actitud que la mengua y la fisura.
Hay industrias que experimentan o han experimentado renuncias masivas de su talento humano  por el comportamiento subterráneo y déspota de los directores y gerentes quienes bajo un argumento atávico, provocan una huida de la mejor gente con que contaba  la empresa. Gente a toda prueba, curtida en esas labores y esos quehaceres, con mística y que constituían  orgullo institucional.
No son todos los que están, ni están todos los que son. Sin embargo recordemos un pensamiento de Jules de Goncourt. “El más largo aprendizaje de todas las artes es aprender a ver”

Profesor Universitario/Abogado/Periodista/Escritor