jueves, 17 de julio de 2014

¡En los zapatos del prójimo!


Crisanto Gregorio León

Las personas cuando buscan un empleo, lo hacen especialmente porque lo necesitan y porque han optado por mantenerse en una vida lícita. No sabemos cual es el cuadro de necesidad o de dolor que un ser humano atraviesa y las cosas que le suceden tan de cerca que lo están aniquilando, que calamidades y desgracias atormentan la vida de quien busca con desesperación un puesto de trabajo para salvar incluso a su familia y a su propia vida.
Por cuáles razones morbosas quien está desempleado o en paro, debe desnudar su alma y hacerle saber cada una de sus infortunios y adversidades a su posible empleador, para poder derrumbar los muros de corazones de piedra y espinas de  vanidad de quien haciendo alarde de su posición circunstancial “voltea la atención” y en ello prefiere ignorar a su prójimo, haciéndolo invisible en sus prioridades. Y como siempre olvidamos los mandamientos de la ley de Dios,  como el primero de todos “Amad a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. Y al ser este el primer mandamiento, al amar al prójimo estamos amando a Dios por simple obediencia.    
A veces las personas acuden a quienes mantienen en sus corazones como amigos y  ellos demuestran la reciprocidad del afecto, comportándose incluso mejor que un hermano de sangre;  pero otros por el contrario, con el uso de todo ingenio de razonamientos o de un silencio oprobioso, llenan de pucheros el alma de quien siempre creyó en su amigo en otras circunstancias. Y al referirse  a los amigos El Libertador Simón Bolívar, grande hombre de América que tantas frases acuñó con su preclaro pensamiento en algún momento escribió “Jamás falta un amigo compasivo que nos socorra, y el socorro de un amigo no puede ser nunca  vergonzoso”
            Alguna vez te has encontrado en la posición habilitante de darle o conseguirle un empleo a alguien, porque realmente puedes y no porque quieras hacer creer que puedes y por cualesquiera sean las argumentaciones de tu mente o de tu corazón, simplemente cuestionas abrir las posibilidades con tu corazón humano y no con el corazón que Dios quiere de ti, un corazón  “limpio, como el cristal, dulce, como la miel, un corazón que sea como el de nuestro Señor. Y por el cual  te llama a  abrir  los ojos  del alma y te posiciones en los zapatos de aquel o de aquella que ha tenido el valor o ha tenido la confianza de acercarte a ti y lleno o llena de humildad  ha visto en tu persona a ese ser  que puede convertirse en las manos de Dios.
              
Abogado