martes, 28 de agosto de 2012

El lenguaje y los seres que amamos

Crisanto Gregorio León Un ejemplo gráfico te puede poner a pensar. Si en las relaciones de trabajo o en las relaciones sociales, te cuidas de usar un lenguaje que en ningún momento pueda ser agraviante o vulgar para con quienes te rodean o comparten la rutina laboral contigo, para con tus vecinos, o para quienes obligatoriamente te tropiezas en el día a día así no trabajen contigo, y lo haces por cultura o educación y hasta por precaución. ¿Entonces porque no ser igual de considerado o considerada en familia, para con tus padres, para con tus hijos e hijas y para cuantos forman tu entorno familiar? El lenguaje en familia debe ser amable, cordial, lleno de aprecio y estima hacia quienes forman nuestro entorno, una comunicación llena de consideración y afecto que demuestre el amor que profesamos hacia quienes sentimos nuestros, inclusive si son de la propia sangre y sin serlo más aún, porque el vinculo del convivir y crecer en familia debiera hacer una fraternal coexistencia que incluso a veces es más fuerte que la sangre misma. Todos debemos suavizar nuestras palabras para con nuestros semejantes, para con nuestros hermanos, sean de sangre o si se trata del prójimo al que se refieren los pasajes bíblicos. Pero en cualquier caso, debemos evitar palabras vulgares y lenguaje soez. Erróneamente hay quienes se permiten tratar a sus familiares con lenguaje hiriente, grosero, desconsiderado y sin medir las palabras las sueltan contra los seres que mayor respeto merecen en la casa, los padres. Sí, papá y mamá muchas veces son objeto de maltrato verbal por parte de quienes deben estar agradecidos todo el tiempo porque le deben la vida. Y se permiten los hijos unas libertades que demuestran cuan equivocados están respecto del amor y consideración que mamá y papá tienen para con ellos. Porque ese amor paterno y materno, no debe ser confundido a tal punto de entenderlo como permiso para irrespetarlos. Y lo mismo debe ser en sentido inverso, que la condición de padre o madre no signifique una autorización para irrespetar a los hijos e hijas con palabras injuriosos y descorteses. Mamá y Papá, la mayoría de las veces se contienen “por amor” y los hijos no logran digerir que los padres jamás estarán por debajo de ellos. No importa la edad, ni el nivel de estudio, ni los grados académicos, ni la posición social, ni el mejor estatus económico que adquieran los hijos, ni ningún logro meritorio; como para sentirse superiores a los padres. Nunca, bajo ningún concepto, ni los hijos, ni las hijas serán ni podrán ser superiores a sus padres y mucho menos como para creerse autorizados para tratarlos de forma despectiva y humillante. “No hay que ser igualadas ni igualados”, como diría el célebre comediante Mario Moreno Cantinflas. Papá y mamá son eso, papá y mamá; no son unos desconocidos a quienes les volcamos y saltamos de inmediato con altanería y grosería para decirles cuanto nos venga en gana sin medida ni respeto. Y lo mismo se aplica en sentido contrario para con los hijos e hijas, ellos son nuestros tesoros. Y seguramente la precaución no te permitiría tratar a un extraño despectivamente y con vulgaridades y malas palabras, pues no sabrías cual sería la reacción. Entonces, a tratarse en familia con el amor que merece la sangre que corre por sus venas. Con amor de padres, con amor de hijos. Cuidado, afecto y consideración en el trato intrafamiliar en la clave de la armonía y del amor en el respeto mutuo. Pero ojo, cuenta hasta un millón antes de devolverle un insulto o un mal trato a papi o a mami, espera a que las cosas se tranquilicen y conversa en un ambiente de calma y serenidad. Los padres no deben abusar de sus privilegios ni los hijos de sus concesiones.

jueves, 2 de agosto de 2012

Con Aroma de Romero

No he sabido del primero y no tengo información que en toda la historia de la humanidad haya ocurrido un caso donde a alguien se le inhume ni con sus títulos nobiliarios, ni con sus títulos académicos. “Si pensáramos durante todo el tiempo que permaneceremos muertos, fuéramos mejores personas el poco tiempo que permaneceremos vivos”. Traigo a colación este pensamiento de mi autoría en ocasión a los despropósitos de quienes haciendo alarde de su posición circunstancial en cualquier esfera del ámbito social o académico, se enseñorean de tal manera que parecieran sin hechura de imperfección. Evoco al “Poberello de Asís”, Francisco de Asís, quien de joven renunció a sus títulos nobiliarios y a la herencia paterna para vivir en extrema pobreza y sacrificio en adoración a Dios y en provecho de sus hermanos. No es que con este ejemplo quiera motivarlos a la santidad que sería el mejor camino para la salvación, solo hago referencia a Francisco como quien sin alarde de sus acervo hereditario, de riqueza y de alcurnia, adoptó una vida humilde de comprensión y de amor hacia su prójimo. Quienes hayan tenido, tienen o tendrán la posibilidad de lograr en la vida alguna posición que les coloque eventualmente en mejores condiciones que otro u otra, se cual fuere el nivel o el aspecto sobre el que manejen alguna potestad, cabe evaluarse la conducta al tiempo de ejercer esas atribuciones, pues es allí el instante de demostrar que luchan por obtener una sensibilidad más evolucionada, una visión más cónsona con el poco tiempo que han de permanecer vivos sobre el planeta. Momento de evaluar el proceder propio con nuestros hermanos, sin ínfulas, ni soberbia, ni postín. Ciertamente el hombre y la mujer con una visión de futuro enrumban su destino para la consecución de metas que le permitan elevar su nivel de vida y buscar calidad de vida. Pero una vez logrado o en la carrera para obtenerlo, no debemos ser, ni soberbios, ni inflarnos como pavo reales, ni exhibir vanidosamente con jactancia y prepotencia en nuestro “momento de poder” el monstruo de la pedantería. En la vida, nos encontramos con gente que no lograr vislumbrar su propia personalidad y se sienten justificados con hacer lo que hacen porque su “nivel” se los exige y en ello se convierten en “hediondos o hediondas”. A quienes solo se les acercan personas por razón de educación o porque no hay otro remedio, pero que no tiene ascendencia afable ni en el corazón ni la mente de quienes deben por obligación aproximárseles. La relación endogámica que finalmente lleva a la degeneración biológica y que a manera de ejemplo coloco para ser más gráfico; que es igual a la llevada consigo misma por la persona que no logra entender que en la vida estamos de paso y que es preferible que nos sigan las bendiciones de la gente en vez de los anatemas; culmina igualmente en una degeneración donde mira a todos por encima del hombro, de soslayo, en vez de aprovechar su existencia para aproximarse al alma humana. Con aroma de Romero cada Francisco, que sin llamarse imperiosamente como el Poberello de Asís pero que igual desarrolla una vida de hermandad y de trabajo, sin jactancia ni prepotencia es el ejemplo más franco de humildad. Crisanto Gregorio León Abogado crisantogleon@gmail.com